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Un video así es DELITO

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—¡No mire hacia la vía!

Tesis (1996), de Alejandro Amenábar

Un día más, vas aburrido en el metro hacia la universidad y, de repente, el tren se para y te ordenan bajar del vagón. Un guardia jurado te indica que debes salir de la estación caminando pegado a la pared, lejos del borde del andén, para no ver los restos de un suicida que se ha lanzado a las vías. Parece que la advertencia del empleado de seguridad está de más, porque nadie quiere ver un cadáver desmenuzado. ¿O sí? En la escena inicial de Tesis se nos representaba ese impulso irrefrenable que es la curiosidad morbosa donde la propia advertencia parecía funcionar a modo de psicología inversa. “¿Que no mire? ¿Por qué no debería mirar? ¿Qué habrá ahí? ¿Para tanto es?” En este sentido, un reciente tuit de la popular cuenta @policia en el que alertaba de no propagar un vídeo con contenido sexual protagonizado por menores de edad, pudo haber funcionado como acicate, si es que el trendig topic o las decenas de chistes sobre sujetar el pelo no lo habían hecho ya, en un ejemplo más del efecto Streisand.

Distribuir un vídeo así es DELITO ¡No lo compartas! Y no repitamos el desafortunado hashtag

(¡Pensemos en la víctima! Y más, si es menor)

Un video así es DELITO parece un cartel de neón para la curiosidad. No obstante, fue un tuit oportuno porque existe mucha confusión al respecto: que un vídeo de contenido sexual entre menores se haya grabado con su permiso, que lo que estaban haciendo también fuera consentido o que los propagadores fueran los mismos protagonistas no influiría en el hecho de que su tenencia o divulgación es un delito con las leyes en vigor. Se da la circunstancia de que, además, el caso que dio lugar a todo este revuelo parece que fue grabado sin autorización, lo que da lugar a un plus de bajeza y a algún otro delito tipificado. No obstante, el tema legal me supera porque no acabo de entender que se equiparen los menores de edad (por ejemplo, una chica de 17 años y once meses con matrículas de honor en sus estudios y un CI de 130) y los “incapaces”, o que sea legal contraer matrimonio con una mujer de 14 años pero que no lo sea el que su marido lleve en el móvil un vídeo grabado durante la consumación del mismo con su joven esposa. Es muy probable que lo haya entendido todo mal y que en estos momentos hierva la sangre del compañero Tsevan Rabtan, así que es mejor dejar de lado todas estas interpretaciones (probablemente erróneas) del Código Penal.

Lo que no debería admitir discusión es que sea éticamente deleznable que se divulgue material audiovisual de contenido íntimo sin permiso de sus protagonistas, tengan la edad que tengan; no importa que seas concejal de una pequeña pedanía, joven participante en orgía asturiana, futbolista de primera división, concursante de reality show, director de periódico nacional o estudiante de universidad privada. Ya tenga como origen una encerrona, un hacker interceptando un sexting o la mala fe de quien poseyera la grabación, el resultado es el mismo: han violado la intimidad de alguien. Con las redes sociales, un documento de estas características puede ser visto por millones de personas en menos de una hora, lo que no quiere decir que antes de la existencia de Whatsapp, Twitter o Facebook no pasara. Por ejemplo, en la actualidad, un bulo como el del famoso cantante, el perro cariñoso y el pingüe alimento sería fácilmente desenmascarado, pero la falta de redes sociales virtuales no impidió la propagación del rumor o, en la misma época y volviendo a hechos reales, la difusión de un vídeo íntimo de la luna de miel de una socorrista de ficción y un batería de rock. No obstante, aunque no lo parezca, Internet no nos ha hecho más morbosos, solo hay que recordar la facilidad con que se propagaban oralmente por todo el territorio nacional crueles chistes sobre la tragedia ocurrida en un camping o a costa de alguna víctima de atentado terrorista. Lo que ha hecho Internet y, por extensión, las redes sociales, es facilitarlo todo. Antes, los adolescentes con hormonas en ebullición debían reunir valor para ir a un kiosco a comprar revistas pornográficas y ahora, con solo teclear un puñado de letras y pinchar que sí, que eres mayor de edad, tienen a su disposición millares de vídeos de alto contenido sexual de forma gratuita. Y (más o menos) anónima. Es la magia de Internet: acceso a cualquier contenido rápida y discretamente. Porque a más de uno le avergonzaría reconocer en público que ha visto, sin mediar error, ciertos contenidos difícilmente justificables ante amigos, pareja o familia. Por cierto, retomando el concepto de violación de la intimidad, es de esperar que este sufra una mutación en los próximos años al menos en cuanto a lo social. Si bien las videollamadas no han tenido éxito por lo celosos que somos de nuestra intimidad, los gadgets como las Google Glass serán un boom por todo lo contrario: lo mucho que nos gusta la intimidad de los demás. De forma similar a lo que se expone en el capítulo 1×03 Toda tu historia de Black Mirror, nada impedirá que cada uno en su casa rebobine, amplíe y congele fotogramas de vídeos grabados por la calle, en piscinas, en centros comerciales… protagonizados por todo aquel sujeto que nos atraiga sexualmente: un anónimo viandante, un vecino, un familiar político (o no): explíquele a su pareja que no solo devora con la mirada a su cuñado sino que, además, le ha grabado en vídeo tomando el sol para verlo a cámara lenta y hacer zoom en determinadas zonas…

Y es que los voyeurs están de suerte con los avances tecnológicos: cámaras diminutas, infrarrojos, conexiones de fibra óptica… Hoy en día ya existen páginas y foros donde los mirones comparten material gráfico que han conseguido, sin que sus protagonistas se dieran cuenta, en lugares públicos (aparcamientos, parques…) de manera ilícita, sí, porque otro error frecuente es pensar que a alguien que tiene relaciones sexuales en lugares públicos no le importa que le graben en vídeo en plena faena. No es muy descabellado imaginar que dentro de un puñado de años haya en antena programas televisivos (si es que sigue existiendo la televisión tal y como la conocemos ahora), donde se emitan cortes análogos a los que grababa el detective que aparece en Crueldad intolerable, de Joel Coen, cuyos éxitos consistían en pillar a alguien “con el culo al aire”. No falta tanto para que llegue ese momento puesto que no ha sido raro ver ya alguno de los vídeos o fotografías que hemos citado anteriormente en televisión (si bien más o menos pixelados) que, amparándose en el derecho a la información y en que los famosos son “personajes públicos”, comenzaron tímidamente con la emisión de fotografías indiscretas que ponían de manifiesto que la ropa interior es bastante infrecuente en ciertos círculos, pero rápidamente se pasó a comentar vídeos con relaciones sexuales o desnudos que eran para uso (y disfrute) privado, tanto les daba si lo protagonizaba una actriz de éxito, una rica heredera o un joven pivot constantemente lesionado.

El siguiente paso, en el que ya nos encontramos, ha sido la divulgación en televisión de vídeos de personas alejadas de la vida pública que involuntariamente se hacían famosas por Internet. Los medios se justifican diciendo que es material del que hay que informar porque “arde Internet” (sic); hay que estar al tanto de la actualidad… siempre y cuando el contenido no sobrepase lo que el código deontológico de la cadena marque en cada momento. No sería de extrañar que, con las laxas líneas editoriales actuales, la popularidad que tuvo en su día en la red un clip en el que dos simpáticas muchachas jugaban alegremente con una copa y su escatológico contenido (y el subgénero cinematográfico formado por las reacciones al mismo) abriera una animada mesa de debate de magacín matutino, mientras que en una tertulia por la tarde ya tratarían en profundidad fenómenos similares como el de  Señora con Cigarrillo o el de Señor con Tarro de Cristal, siendo sus habilidades con el recto el nexo común de ambas performances. Y qué decir de aquella asombrosa dilatación de esfínter en fotografía que solía finalizar, hace ya una década, cualquier discusión o chistes gráficos en Powerpoint. Espeluznante, diría Pedro Piqueras. Los informativos, por cierto, son harina de otro costal pero no por el sexo, sino por la violencia y la casquería, que son también contenidos apreciados por los morbosos. Nos hemos acostumbrado a documentos históricos en los que veíamos cómo algunas de las cabezas más poderosas del mundo estallaban en mil pedazos o sus cuerpos acababan colgando de una cuerda, cuando no linchados por una turba. “Noticias”, decían. Como cuando organizaciones terroristas hacen efectivos sus ultimátums sobre infelices secuestrados o se nos muestra los efectos de un coche bomba a los pocos minutos de suceder, una escena dantesca llena de pedazos humeantes de origen desconocido. O si llegado a cierto límite de lo visualmente soportable no pueden emitir ciertas imágenes, te dan todos los detalles, con pelos y señales, sobre cuál es el crimen de moda, por si alguien necesita ver un vídeo donde un actor porno asesina, descuartiza y devora a su amante. Y cuando crees que ha pasado lo peor y comienzan la crónica deportiva, arrecian las fracturas abiertas, los accidentes automovilísticos o tragedias en la nieve. Y si es temporada taurina, no escatimarán en presentarnos con detalle los revolcones más angustiosos y las cogidas de varias trayectorias. Picos de audiencia; “niño, no mires (que ya miro yo)”. Morbo disfrazado de información. Todo vale mientras anuncies que “las siguientes imágenes pueden herir su sensibilidad”.

video delito


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